Paco Urondo. Poemas de batalla
- bibliotecareconqui
- 6 abr 2022
- 5 Min. de lectura
Poemas a camalote comparte hoy toda la fuerza del gran Paco Urondo y sus Poemas de Batalla. Bellísimo libro que podés encontrar en la sección Poesía de la Sala Principal.

Poemas de batalla
Autor: Francisco Urondo
Editorial: Seix Barral
Año: 1998
La verdad es la única realidad
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,
a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.
Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973.
Del otro lado
Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.
No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.
Ocurre lo de siempre.
Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.
Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez (siempre aquella vez) apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.
Nos apretamos las manos en la sala impenetrable,
temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado
que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el
doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.
Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.
Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.
Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las
historias
con los muertos que no aceptan su desdichada
condición, no
sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.
Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien contó la historia.
Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.
Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde;
lo de siempre:
tendrás ganas de llorar, y nada más.
Nadie esperaba una historia como ésta, tan
lamentable ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la
espesura de la sala?
Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y
la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas
corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo

Prólogo de Juan Gelman:
Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegría. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.
Francisco “Paco” Urondo Nació en Santa Fe en 1930. Escritor, poeta y periodista, en su prolífica obra se entretejen arte y compromiso con su tiempo. Participó desde joven de las actividades culturales organizadas por el cineasta Fernando Birri; colaboró en la revista Poesía Buenos Aires, en la que también hicieron sus primeras publicaciones Osvaldo Lamborghini, Mario Trejo, Rubén Vela y Alejandra Pizarnik; y dirigió la revista Zona de la poesía americana junto a Edgar Bayley, César Fernández Moreno, Miguel Brascó, Noé Jitrik y Ramiro de Casasbellas, entre otros. Como periodista, trabajó en Primera Plana, Panorama, Noticias, La Opinión –mientras Juan Gelman estaba a cargo del Suplemento Cultural– y fue director de la revista Crisis. En 1968 fue nombrado Director General de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y en 1973, director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado poesía, ensayo, cuentos, una novela; escribió guiones para televisión, adaptaciones para cine, obras de teatro y un libro testimonial que recoge la entrevista que les hizo a los sobrevivientes de la Masacre de Trelew en la cárcel de Devoto. Fue muerto en Mendoza en 1976. ALGUNAS DE SUS PUBLICACIONES Obra poética: La Perichole (1954), Historia Antigua (1956), Dos poemas (1959), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968), Son memorias (1970), Todos los poemas (1972). Cuentos: Todo eso (1966) y Al tacto (1967). Novela: Los pasos previos (1972). Periodístico: La patria fusilada (1973). Obras de teatro: Muchas felicidades (estrenada en 2014).
Para seguir leyendo a Urondo: Presentes




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